No fui consciente de que estaba sonriendo bajo la atenta mirada de todas aquellas personas aterradas con mi presencia. Me hoy susurrar algo, algo que no pude entender, sorprendentemente viniendo de mi garganta. Pero pareció horrorizar mucho más al padre y la gente de los alrededores. Después de todo, tan solo recordé aquel instante cuando desperté en un caserón inmenso, sola, y bajo la atención de un servicio a la altura de una gran familia.
Una vez cruce un gran arco de una puerta la cual conducía a una sala repleta de libros-cosa que me hizo saber que aquello era una biblioteca- la mirada de dos criadas que quitaban el polvo de las estanterías se centraron en aquel instante en mí.
-¿Comment êtes-vous?-Pregunto una criada de rizos negros y ojos color miel.
Parpadee e intente procesar en mi cabeza lo que me dijo. Aunque el francés nunca había sido mi fuerte,-Ya que mi lengua natal era el italiano- podía defenderme ante el idioma. Así que respondí ante la pregunta de cómo me encontraba.
-très bonne...-Bastante bien, respondí. Toque mi cuello, al parecer había dormido en alguna posición no muy correcta para mis cervicales y ahora me pasaban factura.
-¿Vous voulez déjeuner?- Quiere almorzar, pregunto.
-Oui, s'il vous plaît.-Si, por favor, conteste yo.
Y desaparecieron de mi vista ambas mujeres. La verdad no sabía dónde estaba, pero me daba igual, tan solo quería reencontrarme con mi más querido corazón para podernos unir por siempre. Pero antes de que me pudiera acomodar en un gran butacón de la sala, un hombre alto, robusto, de media melena y ojos negros entro por el arco pisando fuerte. No supe que era lo que me provoco su estampa en aquella ocasión, pero me quede perpleja ante su belleza, y no pude desviar la mirada cuando sus ojos se clavaron en mi rostro.
-¡Vaya!-Exclamo a la vez que mi corazón salto de la fuerza con la que lo hizo su voz- Al fin parece haber despertado.
-Siento, siento… ¿Cuánto llevo durmiendo?-Mire dubitativa a el hombre y me quise incorporar.
El sin en cambio me negó el ponerme en pie y se sentó frente a otro butacón frente a mí.
-Lleva desde ayer por la tarde, la encontré a las puertas de una pequeña iglesia de un pueblo llamado Villefrance.
Entonces, estaba… ¿Lejos? Me temía lo peor.
-¿Y dónde nos encontramos?-Pregunte con un pequeño matiz de ansiedad grabado en la tonalidad de mi voz.
-En Najac, a unos veinte quilómetros de ese pueblo… ¿No es usted peregrina acaso?
Sin dudar solté una carcajada fría y breve. Cuando volví a mirarle respire tranquila.
-No, no soy peregrina, si supiera quién soy…-Dude al momento en el que solté tales palabras, pero ya era demasiado tarde.
-¿Quién es?-pregunto el hombre con un brillo de intriga en la mirada.
-No… no sé si puedo confiar en usted señor.
-Vamos, he accedido a cobijarte en mi casa y ¿ahora me temes?
-No me mal interprete, tan solo…-Mire al suelo.
-¡Vamos! Cuéntamelo querida.- Rápidamente me alzo el rostro con un toque en el mentón.
Ahora era el momento en el que yo misma alucine con la gran confianza que tenía ese hombre conmigo.
Sin embargo, el aura que rebosaba a su alrededor fue capaz de hacerme hablar.
-Escape de mi padre hace varias semanas, soy… hija del rey de Positano.
Pareció palidecer mortíferamente, y quedo frio como el hielo.
Pase dos semanas en las que Grey, como se llamaba el hombre que vivía solo en aquel caserón, me hizo cogerle una gran confianza y cariño, cosa que me demostraba diariamente. Incluso un día, cuando miraba libros en la biblioteca-Lugar que se había convertido en mi rincón- Una sirvienta que me traía el té me confesó que había hecho regresar la vida a aquella casa gracias al amor que había despertado en su señor. Me negué a mi misma el sentimiento que tenia despierto en mi interior, ¿cómo podía ser que estuviera empezando a enamorarme de alguien que escasamente hacia un mes conocía? Mis propias preguntas me ponían nerviosa y enferma, y había noches que me peleaba con mi subconsciente en sueños por intentar adormecer los sentimientos. Pero una mañana al despertar, tuve la necesidad de hacer florecer aquello que había echado raíces en mí.
Mande que no molestaran en la segunda planta hasta bien echado el medio día, así por la mañana pude entrar sigilosamente en su cuarto, mientras se vestía con su traje negro de siempre.
-Grey…-susurre tras de sí, escondida del reflejo del espejo donde él se reflejaba.
Se giro sobresaltado y al verme me agarro por los hombros con fuerza.
-¡Katheryn!-Respiró más tranquilo.
-Lo siento, anhelaba verte esta mañana… y pensé que tu… también-Baje la mirada y volví a clavarla en sus ojos. Brillaron súbitamente ante mis palabras, y su rostro se acerco al mío lo suficiente como para sentir su aliento sobre mí.
Cuando sus labios se posaron sobre los míos, las imágenes del día de mi huida y de su salvación pasaron fugazmente.
-¿Estás bien?-pregunto seguramente ante mi cara de asombro y dolor psicológico.
-Sí, quizá ha sido la primera impresión…-Coloque mis brazos en su nuca y volvimos a fusionar nuestras bocas para descubrir que se sentía más allá del deseo de sentir su tacto.
Nunca pensé, ni llegue a imaginar, el dolor que producía el tener a alguien dentro de ti. Si, perdí mi pureza con Grey, y supuse que al no sentir nada más que dolor, y no llegar a tal placer mencionado por otras muchas mujeres –Supuse que mentirían sin más-, era aquello lo que sentían mujeres corrientes y que era a eso a lo que se limitaban muchas, el ser objeto de placer para un hombre querido.
Pase unas horas siendo abrazada por Grey, parpadeando y mirando hacia la misma dirección hasta que él se puso en pie, y tuve que hacerme la dormida, ya que me beso la frente y prometió volver por la noche, cuando acabara un negocio en su trabajo.
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