Camina con finos tacones sobre un suelo de loza, que mas de
un charco de licor o vino habrá soportado, además, la ceniza en sus juntas
desvelan que pisa allí donde la gente se
reúne y se ve, habla y ríe, toma y come.
El olor del café de la tarde le inunda las fosas nasales, el
café cubano le recorre las venas y mueve sus caderas hasta llegar a la barra,
donde la saludan con un acento inconfundible, donde la S parece una Z y la Z
parece una C, duele leerlo, pero de sus lenguas surge un acento tentador y
sensual que muestra de donde son.
Hay una suave música de fondo, y a más de un presente se le
van los dedos de las manos, golpeteando al ritmo del sonido. Ante ella el
platillo se desliza, con una taza humeante de recién café molido, ardiendo,
amargo y fuerte, y capaz de despertarla tras una noche de locura y desenfreno.
Le duelen los pies, y las mejillas de tanto sonreír. Bailó demasiado, pero las
fiestas son así, o lo das todo o nada.
Aun guarda el recuerdo del tacto de ese hombre, del beso que
disfruto y acabo envuelta en su boca sin saber cómo ni por qué. Solo sabe, que
aquel suelo que pisaba encerraba promesas, dolores de cabeza, de corazón, y del
alma. No tenía nada que perder, quizás tiempo, sentimiento y la cabeza, si no, recuperaría
cordura, confianza, y emprendería algo llamado vida.
X.
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