Fria tumba.

Amanecí sobre una lapida blanca de mármol que lucia el rocío de la mañana. Mire el nombre grabado, estaba manchado de moho y tan solo se podían leer las palabras “Que dios se apiade de tu alma”, ironías de la vida, pensé.

Hoy era el día de los muertos, es decir, halloween , de hay a que notara el ambiente demasiado cargado para estar en un cementerio.

Mire cada estatua de piedra viendo una belleza inexplicable, había alas rotas por todas partes, había figuras de ángeles que no conservaban ninguna y habían adoptado el rostro de amargura por ello.

La veía desde lejos, una escultura perfecta, intacta. Deduje que haría poco la colocaron en este lugar.

El silencio dejo de ser silencio en aquel momento, la voz de una mujer tarareaba una canción que me hizo ir hacia ella. La canción ceso hasta que finalmente desapareció. Había acabado frente a la chica de piedra, sostenía una rosa de verdad de la cual los pétalos caían cada vez que una ráfaga de viento se hacia  más fuerte por los pasillos de aquel lugar.

Empezó a brillar una luz negra del pecho de la piedra llamando mi intención. Brillaba como si fuera un alma, subí a la tumba para poder quedar a la altura.

Acerque los labios a la boca de la figura cerrando los ojos, empecé a sentir un dolor agudo abriendo los ojos, la mirada de la imagen de aquella chica me atravesó literalmente. Era ella la que succionaba mi vida mientras nacía un desgarrador chillido de ella, el grito que emanaba de su interior era similar a una criatura del infierno. La boca le empezó a sangrar, y sus ojos blancos como el marfil me miraban fijamente.

Caí de rodillas sabiendo que ella se agacharía. La sensación era horripilante, no tenía fuerzas ni siquiera para alzar un dedo.

Empecé a notar  como mi cuerpo dejaba de resistir, y como la muerte tiraba de mí.

Lo último que escuche fue un grito de dolor intenso. Lo sé, por que fue más fuerte que el de la criatura de piedra y hizo que mis oídos sangraran al igual que lo hacia mi boca tras aquel frió beso.