Su tacto.

-¿Giselle?-Mire perpleja a la muchacha que se encontraba frente a mí.

No quise entretenerme, y la obligue a cerrar la puerta con un portazo que resonó por toda la casa. La vi inerte, sin moverse, tan solo me miraba. A su lado apareció al instante Christopher con lo que parecía ser una escopeta que en un principio me apunto pero enseguida bajo el arma al reconocerme.

-Señorita Elizabeth, que susto nos ha dado-Comento el hombre-Disculpe lo del arma, nunca sobra ir armado por la noche.

-Y que lo digas-me lleve la mano al pecho actuando como si sintiera cansancio.

Giselle sonrió y sacudió la cabeza como desasiéndose de algún pensamiento fugaz.

-No tienes porque fingir lo que no eres Elizabeth, Él ya lo sabe y muy bien.-Miro a su esposo y se abrazo a su brazo.

No podía creérmelo, ¿uno más a la familia? Parecían realmente felices, cosa que por poco no me hizo sentir nostalgia y felicidad por ver a alguien a quien encuentra a quien de verdad ama. Pero no era el momento.

La puerta crujió y me hizo saltar de donde yo me encontraba.

-¿Qué os pasa?-Pregunto Christopher.

-No os lo llegareis a creer pero…-Me aparte lentamente de la puerta-Me estaba persiguiendo un licántropo.

Ambos parecieron enmudecer, aunque  él se acerco a la ventana para observar la entrada.

-No hay nadie por el momento, tengo balas de plata, una pequeña herencia por parte de bisabuelo-Agrego sin venir mucho al caso-Podéis pasar el tiempo que deseéis en nuestro hogar, mandare a alguien para que os lleve algo con lo que alimentaros mejor.

Yo mire a Giselle que pareció Sonreír. ¿Dónde estaba su maldad? ¿Dónde? Era otra.

-¿Qué?-me llego a preguntar.

-Has cambiado tanto… ¿Qué fue de…?

Giselle miro a Christopher y parecieron decírselo todo con la mirada, me agarro del brazo y me acompaño a la sala de invitados donde había una gran cama y armarios con ropa nueva de hombre y mujer.

-Han cambiado muchas cosas, desde que me mude con Christopher, me ha hecho ver muchas cosas que pasábamos por alto, a demás de poder sentir un extraño amor por una compañía agradable a nuestro lado que se acaba despertando a los años.-Se volvió a atar el nudo de la cintura de su bata.

-¿Y lo de matarlo y quedarte con su fortuna?-Empezaba a no controlar mis reacciones.

-Elizabeth, ¡le amo!-Exclamo llevándose las manos al pecho-estuve apunto cuando la idea de transformarlo paso fugazmente por mi…

-Y fugazmente se tenía que haber ido Giselle-Le corte tajante.

Su mirada entristeció. Parecía mentira que fuera así como se sentía, pero empezaba a hartarme de ese tema, aunque no la podía culpar del todo.

-Bueno y… ¿Qué ha sido de Gabriel? Y lo del licántropo…

Me senté en el borde de la cama cerrando los ojos como si intentara recapacitar.

-¿Te acuerdas de Rubén?-La mire con los ojos llenos de furia.

-Claro-Se sentó a mi lado-un humano que te encontró mal herida el día del baile, muy simpático a primera vista.

-Sí, y un maldito esclavo y violador de damiselas en apuros-hice una breve pausa para no estallar en gritos y maldiciones-Él es el licántropo.

-Que…-Giselle no daba crédito por la cara que puso- ¿Y te...? ¡Hijo de Satán!-Se levanto enfurecida.

Aquello me hizo sonreír, lo sabía, sabía que quedaba algo dentro de ella que estaba siendo aplacado.

-Sí, dos veces, una por suerte tenía suficientes fuerzas como para no sentir nada, la otra… hacia días que no había ingerido líquido alguno, cosa que me desgarro en todos los sentidos literarios de la palabra.-Agache la cabeza y el repelús recorrió mi espalda.

-Cuanto lo siento Elizabeth-Me cogió una mano frente a mí y me hizo levantar la cabeza- Acabara muerto, Christopher es muy buen cazador tanto en presas para él, como para diversión propia.

En ese momento llamaron a la puerta y entro una sirvienta por la puerta acompañada de otra un poco más joven y quizás con una mirada más tierna e infantil.

-¿Sabes que parecer más mayor que yo, Giselle?

 

Ambas reímos a la par, aunque sabíamos que no era verdad y aquello fue lo que nos provoco la risa.

-Tómalo como regalo de la casa, ha Christopher no le gusta, y a mí me enfurece el verla-Se agacho a la altura de mi oreja y susurro-Se insinuó y a intentado lastimarme en numerosas ocasiones.

Al apartarse la mire seria, aunque pronto se convirtió en algo más divertida al ver que Giselle reía con una carcajada maligna.

-No he cambiado tanto como crees, mi señora-Mostro sus respetos y desapareció de la habitación. Una de las sirvientes, la más mayor a mi parecer, dejo a la de mejillas sonrojadas y mirada infantil frente a mí.

La noche se presento algo más calmada tras haber acabado con aquella pequeña dama de compañía más conocida como pequeña perra o directamente zorra. Palabras grotescas en la elegancia de una dama. Al igual que cuando estuve en casa de Verónica, pude asearme y limpiar el vestido con cuidado de no dañar el tejido de las faldas al limpiarlas. Colgué el vestido para que se terminara de secar, y me puse ropa limpia tapándome con una bata preciosa de seda azul celeste. Me acerque a la ventana y todo parecía tranquilo. Parecía otro cuento de hadas que solían contar en las ferias, cuando el más anciano del pueblo se sentaba al final del día alrededor de una gran hoguera y narraba cuentos de fantasías, acción, y grandes romances imposibles.

Habían pasado días,  casi una semana, y le echaba de menos. Había logrado vivir sin él siglos y ahora que tenía el tacto de sus labios en los míos, era casi imposible pensar en olvidarle nuevamente. Aquella noche espere en la ventana como una idiota, a escuchar el cabalgar de un caballo o el relincho, y verle a él. O saber cuando era el momento de huir si Rubén aparecía en cierto instante.