miércoles, 28 de septiembre de 2011

Dasha.




Los cristales de la habitación vibraban a causa del fuerte estruendo de la tormenta, mientras que el viento pedía a golpes que dejara que entrase casi por voluntad propia y paseara acariciando las paredes de la habitación,  aun y que la gran ventana estaba cerrada escuche con facilidad los pasos embarrados de mis mercenarios  mezclados con unos más torpes y pausados. Pues hacia escasos momentos había mandado a ejecutar una tortura simple, pero efectiva.  Abrí en ventanal y el aire entro despavorido con un suave silbido que acabo difuminándose en el ambiente, las cortinas había decidido salir y hondear libres, mientras que yo aguardaba tras el marco con un ojo puesto en el hombre nuevo que ahora tendido estaba en el lodo por un latigazo inesperado. No escuche más que el sonido tajante del látigo y su caída hacia adelante, por lo demás todo estaba en silencio apartando la tormenta que tenia encima, espere un segundo tras conseguir que este se  recolocara en su lugar y clavara las rodillas en el fango.

 No hubo grito, nuevamente aquel incomodo silencio para mí. Decidí esperar, esperar un tiempo que perdí inútilmente, pues se había cerrado en banda en abrir la boca. El viejo cascarrabias de Paolo le golpeo soltando el tipo de grito que menos me gustaba, no quería que obligara a nadie a ceder, no por mí. Irónico, como no. Cuando el cielo se ilumino de luz y lo atravesó un gran rayo, conseguí escuchar  un grito aplacado por el trueno, entonces salí sujetándome el cabello que tan loco bailaba por mi rostro y que no me dejaba observar la escena detalladamente, volvieron a fustigarle, y lo único que obtuve  fue ver los músculos de su espalda tensarse un poco más, bajo la reacción, el hombre que sostenía el látigo me miro intrigado, o incluso diría que preocupado. Me limite a sonreír, y entonces le vi moverse hacia el cobertizo y dejar allí el objeto rudimentario y sacar de un baúl uno de dos puntas de hierro afiladas, pero no me sirvió de nada, cuando le obligaron a alzar el rostro hacia mi balcón, aguanto la mirada abierta en el latigazo que le dieron.  

No cedería ante la tozudez de aquel hombre, pero un carruaje se abría camino entre la lluvia mientras los jacos se quejaban entre relinchos y la luz del farolillo no tardo en hacerse visible, y entonces me vi obligada, ahora sí, a ceder, por lo que alce una mano cerrada en puño deteniendo aquello. No me cansaría tan rápidamente y no me desharía de aquel tipo tan pronto. Volví al interior de la estancia y cerré las dos puertas de la ventana colocando bien las cortinas algo húmedas. Tenía las puntas del cabello que goteaban continuamente y la ropa medio mojada y ahora adsorbiendo las gotas de la lluvia que me caían por el pelo. Llamaron a la puerta y me volví por completo esperando a la entrada.

-¿Quién demonio es?-pregunte, harta de interrupciones.

-Vuestro esposo acaba de llegar, Marquesa-pronuncio una voz masculina al otro lado de la puerta.

-Sí, sí, lo sé-sacudí las manos intentando secarlas al viento- marchaos, no os necesito ahora.

Me gire mirando mi ropa, tenía que cambiarme antes de que entrara o sabría que había vuelto a las andadas de mi pasa tiempos favorito. Pero fue tarde cuando las puertas de la estancia se abrieron de par en par acabando por rebotar en la pared, ya algo marcadas por veces anteriores, y dejando entrar la silueta de un hombre de mediaba estatura, de pelo muy canoso, barba espesa y con sus años ya adueñados de su curtida piel en la que relucían varios costurones recientes. Sonreí forzada y camine hacia él, quien tendió los brazos esperando una bienvenida.

-Gregor-Dije mientras me acercaba a su rostro para besarle- ¿Y estas heridas?-pregunte mientras pasaba un dedo por ellas y notaba la piel frágil.

-Querida esposa-Este recibió el beso con agrado, mientras posaba las manos en las cinturas femeninas que poseía su mujer-Largas historias esconden cada una de ellas…- dejo escapar una risotada breve a la par que tosía al final.

-Los excesos no son buenos-conteste a aquella tos mientras me deshacía de sus manos-tengo tiempo para escuchar todas esas historias, llevas semanas de viaje, algo tendrás que contarme.

A decir verdad, no me interesaba que le había pasado, pero la intención era mantenerle ocupada la boca en hablar y no en lamerme el cuerpo de la forma más asquerosa que humano había logrado imaginar. Empezó a hablar y a reírse solo, me limite a sonreír cuando él se carcajeaba, y hacia ver que prestaba atención a sus palabras. Se había cambiado allí mismo, mientras soltaba estupideces por aquella bocaza, cuando menos me lo esperaba se quedo en silencio mientras yo me cepillaba la melena en el tocador. Mire hacia atrás y me di cuenta de que se había quedado dormido mientras hablaba., continué peinándome mientras le vigilaba por el espejo hasta que empezó a roncar y dejé el cepillo cuidadosamente sobre el tocador decidida a marcharme de la habitación. Me tape con una bata de seda de un color marfil y la ate por la cintura mientras bajaba las escaleras. Todo estaba en silencio, los criados se habían ido a dormir y el ama de llaves estaba ya en sus aposentos, así  que no me moleste en andar con cuidado a que no me vieran caminando por mi propia casa como si fuera un ladronzuelo. 



No me gustaba que nadie se creyera superior a mí y menos a no gritar de dolor para complacer a una mujer aburrida que está sola en casa, y eso me molestaba. Me sentía enfurecida por no haber conseguido arrancarle algún ruego o una simple suplica y el único grito que me había parecido oír lo había disuelto el trueno de forma casi tajante, "Maldición"; pensé.

Casi de forma involuntaria había seguido descendiendo por las escaleras de caracol y había acabado en la entrada de los calabozos encontrándome con Paolo.

-Mi señora-Dijo mientras agachaba unos instantes la mirada- Si dejarais arrancarle la lengua…

-¿Para qué?-Espeté mal humorada- ¿para que grite menos de lo que lo ha hecho hoy? Dudo que sea él, empléate la próxima vez a fondo, o serás tu el que reciba el beneplácito de estar en su lugar.-Note como enfurecía y a su vez tragaba las palabras para adentro, asintió y se marcho a paso ligero.

De aquella forma sabia de sobras que los latigazos que se le volvieran a dar serian más fuertes, seguidos y rotundos. Puede incluso que llegaran a dejar al cuerpo sin vida de los golpes y sangre que perdería. Pero empezaba a darme igual, conseguiría los gemidos de dolor y acabaría con el sufrimiento rápidamente. Acabe finalmente adentrándome en los calabozos, una sala redonda con un montón de puertas de rejas en las que en su  interior había huesos, en otros nada, y en las restantes algún cuerpo delgado y a punto de perder la poca vida que quedaban entre las venas que dejaban fluir la sangre por las heridas de sus carnes. Pero mi mirada se poso en el cuerpo fuerte y esbelto que respiraba con fuerza, tendido de lado y con el torso contra el suelo aun sangrante. Estaba vivo, de eso no cabía duda, y si la había su pecho subía y bajaba con normalidad, cosa que dejaba en claro su existencia en el mundo. Respire tan profundo como pude para calmar mi carácter y cogí un pequeño harapo de encima de un taburete humedeciéndolo en un gran cubo de madera lleno de agua de la lluvia  y retorciéndolo para dejar caer el agua que resbalaba por el tejido.  Me asegure de que por lo menos un guardia hiciera su trabajo en la puerta y vigilara que no me clavaran una estaca por la espalda traicioneramente hablando de una forma sencilla. Abrí la puerta gracias a una llave maestra que solía llevar colgada del cuello, no era la primera vez que bajaba y me preocupaba personalmente de la salud de alguna persona que me importara lo suficiente para que al día siguiente estuviera en su sano juicio de notar el dolor al completo. 

Cuando entre, el hombre se movió casi con la intención de incorporarse, pero la sangre seca de la espalda debía de tirarle de la carne ya que le hacía gruñir por el dolor de la esta. Al acercarme más, me agaché y deje que la bata y el camisón se sobrepusieran encima de sí mismos en el frio suelo mientras posaba una mano en un costado de su espinazo y con la otra empezaba a limpiarle la sangre con delicadeza, pero se esfumo pronto tanta delicadeza y tranquilidad, en un movimiento brusco se ladeo por completo arrancándome una mano del sitio y retorciéndola al igual que lo hacía ahora mi cuerpo entero por el dolor, casi conseguía que me diera la vuelta dándole la espalda para que tuviera mi mano contra mi propia columna.

-Soltadme-Protesto con el rostro oculto por el cabello y con una voz algo débil.

-No lo conseguirás de este modo-hable entre muecas de dolor, estaba a punto de perder el equilibrio- inútil, crees que te soltare… estando tu en mis calabozos…-reí  sarcásticamente a la par que escuchaba el caminar del guardia.

-No he cometido ningún acto vandálico…-La fuerza aminoro unos segundos, pero al entrar el hombre armado con una lanza este reanudo su fuerza haciéndome jadear ligeramente.- no os quejéis marquesa, otros aguantan mucho mas.

Apreté los dientes, seguía observándole casi de reojo por la posición, ahora el guardia le amenazaba para que me soltase mientras clavaba el final de la lanza entre sus costillas de forma que le costara respirar. Pero no consiguió nada más que enfurecer al hombre que me tenía retenida.

-Dejadme libre y nos os pasara nada-Amenazo y consiguió incorporarse quedando casi sentado al completo con las piernas cruzadas entre sí- los juegos se terminan tarde o temprano.

-No el mío, idiota-Comente antes de perder por completo la estabilidad y acabar vuelta de espaldas y pegada a su pecho sudoroso-¡Suéltame!-Esta vez proteste yo, perdiendo los nervios y zarandeando la cabeza para retirar el cabello que me había caído hacia el frente.

El guardia reacciono y le proporciono un buen golpe en un costado, pero no el indicado, ya que cayó al suelo con ambas manos sobre su costado de una forma ladeada. Al levantarme y ver la cuantía de sangre que caía sobre su vientre comprendí que el golpe había sido con la parte afilada del arma y no con la madera.

-¡Maldita sea tu madre!-Bufe casi como una cobra-¡Lárgate antes de que te saque esos ojos y se los de a una mula como almuerzo!

El guardia empalideció y se marcho dejando el arma a una lado. Me volví hacia el hombre herido, y me arrodille frente a él.

-Déjame que lo mire-Intente apartar sus manos, pero este, tan testarudo mantuvo la fuerza- ¡Dejad que os cure antes de que cualquier enfermedad entre en vuestro cuerpo!-volví a intentarlo y aquella vez las manos cayeron solas dejándome paso.

Aquello tenía mala pinta, tanto que decidí salir a por él barreño de agua y entrarlo en la celda para ir limpiando el trozo de ropa. Tras conseguir que dejara de sangrar, coloque una venda limpia por toda la cintura dejando así que el ungüento que le coloque hiciera su efecto.  No pareció quejarse en ningún momento, al final, cuando acabe y deje que se apoyara contra la fría pared, suspiro.

-Deberías descansar- dije, retirándole unos mechones del rostro.

Este volvió a sujetarme la mano, aunque no la retorció si no que la aguanto quieta allí.

-Jamás lograre entender vuestro afán por torturar…-dijo con voz cansada.-no cuando lo tenéis todo.

-¿Preferís descansar sobre piedra dura y fría, o sobre una cama mullida y caliente? Mi hospitalidad no siempre es igual.-deje claro.

-Pues esperare a que sea mejor mañana-Soltó mi mano  y apoyo la cabeza en la piedra- aquí siempre puedo estar seguro, allí a donde me llevéis siempre podréis entrar y clavarme un puñal antes de que os oiga abrir la puerta.-cerro los ojos y movió los hombros incomodo.

Me puse en pie y lo mire con una sonrisa,  sabía muy bien que acabaría accediendo a un lugar mas cómodo, aun y que tuviera que pagar con gritos mi hospitalidad. Antes de irme, deje caer mi llave maestra frente a sus pies para luego cerrar la puerta sin echar la cerradura y caminar hacia el exterior. Había otra puerta de la cual se encargaban varios hombres y la cual estaba bien vigilada, si intentaba salir, acabaría atravesado por varios aceros afilados.  Una trampa simplemente.
Cuando me encamine de nuevo a mis aposentos, pensé. ¿Realmente lo tenía todo?






Madame.B

1 comentario:

  1. Personalidades implacables que se encuentran tras las verjas de una celda... Me gusta xD Es de esperar que una marquesa que lo tenga todo quiera a un hombre guapo, fuerte y valiente que la posea xDD
    Me ha gustado el capítulo. Me he sentido Dasha, en serio jajaja

    TQQQ!

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Creyeron que podían usarme y tirarme. Intentaron hacerme pequeña. Sufrí muchas humillaciones, pero ahora estoy por encima de todo. Sí, el precio que pagué fue toda mi mida, pero al fin hallé una salida. Y si de lo malo puede salir algo bueno, el pasado descansa en paz. "Marilyn monroe"