Y una vez más el dolor cruzo mi espalda. Notaba cientos de latidos en cada herida que ahora se dibujaba en mi espalda, la sangre caía, pero la lluvia hacia que se diluyera a los segundos haciendo desaparecer la sensación caliente que encontraría si callera a lo largo de mi espinazo.
Tenía las rodillas clavadas en el barro y los brazos amarrados tras de mí, sabía que no tenía que gritar, y lo intentaba, pero la piel del látigo parecía una cuchilla que se abría paso fácilmente entre mi carne. Había allí dos hombres que me agarraban por los hombros para que no cediera hacia adelante y a la vez para mantenerme reducido al gusto de la mujer que miraba por aquella ventana. El cielo se ilumino con un gran rayo y un fuerte estruendo que aplaco con fuerza el grito de dolor que se escapo de entre mis labios. En aquel momento en el que me había retorcido, el cabello mojado se pego en mi rostro mientras seguían con aquel martirio. Podía sentirme afortunado, pues aquel método era uno de los más sutiles que tenia la marquesa de sonsacar los gritos de las personas a las que torturaba.
Hubo un momento de paz, para mi demasiado corto, en el que la lluvia había aumentado y ahora las gotas que caían sobre la tierra mojada hacían salpicar en mi rostro el lodo del suelo. Cuando recibí nuevamente el latigazo, no fue como los anteriores, la piel me empezó a arder, a escocer. Y nuevamente el dolor, tenía la mandíbula apretada, tanto que me empezaba a doler la cabeza de la fuerza que ejercía.
-¡Ladra maldito perro!- la voz era vieja, grave y algo ronca a la vez que forzada.
Me negaba en rotundo a dar tal placer a la marquesa de oírme gritar de dolor, así que cerré los ojos y aguante la respiración, pero el dolor de cada golpe en mi columna me hacían flaquear y dejar escapar el aire que tan preso tenía en mis pulmones. Me quería mover, tenía las piernas engarrotadas, me dolía el cuello de tener la cabeza tan agachada y los hombros por la posición de mis brazos, cuando lo intente, allí estaban las manos de los dos tipos que me sujetaban firme, me obligaron a clavar aun mas las piernas en el suelo, mientras que intentaba moverme entre las fuerzas que me quedaban. Forcejee tanto como pude, consiguiendo alzarme varios dedos de altura, pero me sujetaron del cabello y forzaron mi cuello a alzar mi rostro en un movimiento brusco que me produjo dolor, tanto que no pude ahora coger aire.
Y allí estaba, en pie con las ventanas abiertas y las cortinas hondeando libremente por el viento de la tormenta. Hasta donde alcanzaba a ver, sonreía de una forma macabra y oscura, mientras se sujetaba un mechón de cabello tras la oreja con una mano. El camisón blanco que llevaba estaba ligeramente mojado por la lluvia en los hombros y dejaba transparente el tejido y ceñido a su pálida piel.
El pecho subía y bajaba sin control, respirando frenéticamente mientras notaba el rasgado que provocaban las cuchillas del nuevo látigo, no grite, me limite a poner una mueca ante el dolor mientras me movía, nuevamente forcejeando con escapar inútilmente mientras la miraba, gruñí de coraje, ¿cómo alguien puede disfrutar con el dolor ajeno?
Entonces ella levanto la mano libre en forma de puño, y la tortura se acabo. El hombre que estaba a mis espaldas guardo todo lo que había sacado y se adentro en un cobertizo mientras que los otros dos me ponían en pie. Uno era más alto que yo, y al otro le superaba con creces. El más alto, y con más fuerza consiguió que pusiera los pies en la tierra húmeda.
-Ha tenido suerte, normalmente manda a la guillotina a todo aquel que se resiste…- comento, casi como le hablara al otro tipo que estaba a mi lado, pero supe enseguida de que se dirigía a mí.
A eso no se le podía llamar suerte, si no desgracia, ahora seguiría con la tortura varios días más, alargando la agonía y la muerte que me esperaba. No abrí la boca, quería asegurarme de que no era una trampa para tener un motivo por el cual acabar con mi vida, me fallaban las piernas como nunca antes, y la espalda me dolía horrores, pero aquello nos les importo a la hora de tirarme al interior de la celda y cerrar tras de mí la puerta con un manojo de llaves metidas en una gran argolla. Habían roto la cuerda de mis muñecas dejando el nudo en cada amarre de mis manos con un extremo colgando de aquella cuerda vieja y manchada de lodo.
Iba semidesnudo, con unos pantalones desgastados y agujereados por la rodilla y muslos, y con los finales deshilachados por culpa del roce del suelo al caminar. Me habían arrancado la camisa holgada de cualquier forma, rajándola con un puñal y acabando de destrozarla para dejarme a pecho descubierto. Tenía las venas marcadas a causa del bombeo del corazón y que a su vez hacia sangrar mis heridas sin pausa alguna. No me había movido, no podía, ahora el cuerpo lo sentía entumecido, el cabello que tenía en el rostro seguía goteando a causa de la lluvia que fuera seguía descargándose mientras que el eco de mi propia respiración era lo único que se escuchaba en aquel calabozo.
Madame.B
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