-Furcia-Pronunciaron sus labios.
-¡Maldito!-Pronuncio intentando darle un punta pie a mi padre.
-Lleváoslo y encerrarlo en un calabozo. –Ordeno mi padre mirando hacia atrás sin soltarme.
Nuestras miradas se cruzaron cuando se lo empezaron a llevar, ambos sentíamos temor por lo que le podía pasar al otro, aunque yo pudiera seguir viva y ya supiera el destino de él.
La noche me comió enseguida y mi nerviosismo no me dejaba dormir ni respirar como dice aquel. Estuve dando vueltas por mi habitación, tirada en la cama llorando, mirando la luna, la ultima que vería, y intentando no pensar en su final.
Desperté en el suelo con un dolor en el cuerpo impresionante, Cristina mi doncella me ayudo a levantarme y demás para poder asistir a mi tortura psicológica. Me llevo con mi madre, o madrasta como pensaba en ellas a veces y esta me puso una mano sobre un hombro para que no me moviera. Tuve que decirle que no apretara tanto cuando me llegaba a hacer daño. La gente no tardó en aparecer, y mi padre a vender la noticia de que su hija había sido mancillada por un sirviente vil y cruel. ¡Me estaba poniendo enferma! La gente me miraba con pena, y muchos me dedicaban palabras de ánimo. Malditos, nadie sabía la verdad. A las doce en punto, cuando el sol caía con más fuerza, cuatro guardias sacaron al chico de palacio. Su imagen era espantosa, llevaba la cara todavía manchada de sangre, y su ropa se veía rota por muchos sitios. Al subirlo a la tarima, la gente empezó a abuchearlo y yo enfurecí. Carolina me agarraba con más fuerza, y quite su mano de mi hombro.
Supo donde mirar. Nuestras miradas se cruzaron y la gente exclamo al darse cuenta.
-¡Muerte!-Grito la mujer que se encontraba tras de mí.
Quede sorprendida por la palabra, ¿Cómo se atrevía a hacer mas fuerte el deseo que sentía la gente? La gente empezó a dar palmas de odio, y empezaron a preparar la soga.
-No… ¡NO!-Empuje a mi madrasta echándola hacia atrás.
La gente desvió sus miradas hacia el lugar donde nos encontrábamos.
-¡Katheryn!-Dijo Carolina quien intentaba recuperar su compostura.
-¡Nadie ha osado tocarme esta noche!-Mire a mi padre quien abrió los ojos de par en par-Le quiero, y si no es de tu agrado tendrás que aceptarlo igualmente, como heredera del trono le quiero a mi lado.
No pareció molestarle, siguió dando la orden de que continuaran. Me encontraba sobre un pequeño altar de madera, donde se encontraban dos tronos de madera y uno más pequeño a un lado. La cabeza de la gente quedaba poco más a la altura de mis rodillas. Una mujer mayor que vestía una capa verde oscuro, llamo mi atención.
-¡Toma muchacha!-Me arrojo alguna cosa.
No supe cómo, pero conseguí agarrarla sin resultar herida, en mis manos, empuñaba una gran espada. ¿Qué iba a hacer yo ahora con eso?
Mi mente actuó por impulsos en aquel momento y mi brazo se alzo colocando la punta de la espada en el cuello de mi padre, quien estaba a tres pasos de mí. Los guardias rápidamente me rodearon con sus espadas, y la gente miraba incrédula la situación.
-Suéltale.
Mi padre ordeno bajar las armas a los guardias, aunque estos no parecieron muy convencidos.
-Hija mía, no eres capaz…
-¡He dicho que le sueltes!-Apreté el final de la espada contra su cuello y note como tragaba con fuerza.
-Está bien, está bien-Miro hacia la tarima y asintiendo con la cabeza soltaron al chico.
La gente empezó a gritar como si estuvieran matando a cada una de las personas que allí dentro se encontraban. Al mirar hacia los lados comprendí que el castillo se encontraba en llamas junto con los establos y el pajar.
La multitud empezó a correr y a dispersarse, cuando volví a mirar hacia donde él se encontraba, allí ya no había nadie. Rece por que hubiera podido huir, mire a mi padre quien me miraba incrédulo.
-Tú lo has querido así- Solté el arma y esta cayó al suelo con un gran estruendo. Salte al suelo y corrí entre la gente hasta llegar a un caballo de alguna persona o caballero que había por allí. En menos de lo que esperaba estaba atravesando un gran campo de maíz galopando sin rumbo.
Al caer la noche el caballo ya no pudo más. Por suerte, me dejo cerca de una pequeña casa de la cual salía humo de la chimenea y brillaba la luz de las velas por la ventana. Antes de que diera un par de golpes a la puerta una mujer la abrió y sonrió marcando sus finas arrugas.
-Pasa querida.
Al entrar me gire para mirarla, ¡era la mujer que me dio la espada!
-Usted…
-Sí, yo he sido quien te dio aquella arma.
A saber quién es... Habrá que esperar a la próxima actualización, ains.
ResponderEliminarPues nada feucha, a ver si actualizo yo también que ya va tocando xD TQQQQQQQQQQQQQQQQQQQQQ