-Pero…-Quise reclamar, pero una doncella había entrado despavorida y hablaba deprisa-Habla más lento ¡Más lento!-Solté la manta dejándola caer al suelo y volviéndose a desparramar.
-Mi señora, el joven al que le ha ofrecido hospedaje…-Respiraba ahogada y se había llevado la mano al pecho a causa de la asfixia- Está teniendo fiebres muy altas y empieza a delirar-Dijo atropellándose a sí misma en palabras.
-Llamad al doctor, decidle que ya está muy avanzado y que urge su asistencia en mi casa- Camine hacia la puerta mientras la doncella asentía y salía tras de mi acompañando el ritmo de las pisadas que provocábamos ambas.
No podía permitir que un hombre muriera en mis tierras, no siendo por una enfermedad provocada por unas heridas anónimas a mi mirada. Subí un piso más, en el cual pocas veces había estado. No eran más que habitaciones con un camastro que se decoraban en caso de visitas y que ahora parecía abandonado por la poca frecuencia de estas. Enseguida salió una mujer llena de trapos húmedos y un barreño de agua sucia. Aguante la puerta para poder entrar tras su salida para encontrarme con una tenue luz que iluminaba la estancia provocada por la chimenea y sus débiles llamas, cerca de esta el hombre tendido en la cama ahora revuelta. Tenía un paño sobre la frente que le duro poco al mover la cabeza de un lado a otro con brutalidad mientras bufaba y gruñía. Si no fuera por el hecho de que estuviera con fiebre, bien podría ser un mal sueño o una posesión en vista de algún religioso. Me acerque segura sin manos temblorosas para tomarle la temperatura de la frente y de paso retirar el paño húmedo de las ropas de cama. No pude tocarle más que dos milésimas de segundo, pues no había instante que estuviera quieto. Hice subir agua limpia con más paños consiguiendo así reducirle la fiebre, no lo suficiente como para que dejara de gruñido de mal estar, ni para que abriera los ojos coherente para ver donde estaba.
El Doctor llego tarde, casi se podría decir que estaba entrada la madrugada cuando consiguió administrarle el fármaco por vía venosa y dejar volver la tranquilidad a aquella casa. Una vez toda normal, acompañe al Doctor Stan a la puerta.
-Dígame Doctor, ¿Cree que saldrá?-Pregunte sabiendo que lo diría de todas formas.
Este dejo clara la mueca en su rostro frunciendo los labios hacia un rincón de su rostro curtido por la edad y posicionarse las gafas en su lugar para quedarse quieto frente a la salida y mirarme.
-Marquesa, perdonarme que se lo diga, pero jamás he visto tales heridas infringidas a un hombre como él-carraspeo y guardo el estetoscopio en su maletín de cuero marrón viejo- Pero descuide, que mis palabras no salen de mi garganta gracias a vuestras monedas.
El viejo hombre dejo ver una sucia sonrisa ante su personalidad.
-Déjeme que le diga que esas heridas no son de mis delicadas manos.-en ese momento esboce la misma sonrisa- No me atrevería a tocar a la guardia del Rey-Al terminar, vi como el Doctor borraba la sonrisa y me miraba prudente.
-¿Guardia del Rey?-Se incorporo ligeramente desvaneciendo tenuemente la chepa que lucía su espalda.
-Así es, pero no se preocupe buen hombre, mi palabra no se funden como el acero de las espadas que ellos empuñan-Me saque del interior de la bata, en un bolsillo secreto, una pequeña bolsa de piel negra con una cuerda atada en su extremo guardando varias monedas de oro.-Como siempre, es un placer contar con un profesional en estas tierras. -Abrí la puerta dejando que entrara el frio de la nieve y la oscuridad cegadora que se rompía por los farolillos del carruaje que esperaba al Doctor.
-Marquesa, el placer es mío-Y sin más demoras se adentro en el carruaje.
Cerré la puerta respirando profundamente. Ahora solo faltaba esperar a que se recuperara y pudiera, ahora sí, marchar hacia palacio. Nadie podía saber que tenía en mi hogar a el General de la guardia del rey, bien podrían enviar al ejercito pensando que lo tenía preso… Y ganarme de ese modo la sentencia de muerte por parte del Rey. Camine dirección hacia mi habitación y antes de poder dejar atrás las escaleras que conducían hacia aquel lugar en el que se encontraba el hombre mal herido, eleve la mirada viendo todo vacio y esperando que los problemas se fueran rápidos de mi morada. Dormí poco y mal, entre pesadilla y pesadilla mis ojos retuvo la imagen de cómo abrían mi estomago en canal y sacaban una criatura agarrada del pie ensangrentada unido a mi por el cordón umbilical, en el momento en el que veía como rompían aquello que lo unía a mi cuerpo me despertaba sudorosa y llena de temblores.
Me vestí y desayune antes de salir a los almacenes de alimentos y leñeros dando órdenes de cómo tenían que administrar cada cosa respectivamente e informando de que desde ese instante se fuera con cuidado por la casa y que la tercera planta no se pisara. Aunque no hacía mucha falta dar aquellas ordenes, pues los trabajadores poco entraban y si lo hacían eran con mi permiso.
Dos días y medio después de aquellos acontecimientos todo seguía prácticamente igual, Ese día revisaba varios papeles junto a un pequeño mapa, observando cómo aprovechar tierras recién obtenidas con un beneficio propio cuando escuche un leve alarido de mujer fuera de aquel despacho. Camine hacia la puerta y la abrí frenando a una sirvienta.
-Marquesa, Paolo intenta retener a un preso fugado-Con voz nerviosa y temblorosa deje que se marchara, escuche un sonido metálico y frio provocando que me alertara.
Entre en el despacho y agarre un acero ligero para una posible trifulca, camine guiándome por aquel sonido familiar al golpear dos espadas y me prepare para poder asestar un golpe.
Pero en el cruce de un pasillo mal iluminado escuche venir hacia mí un movimiento pesado y un jadeo de esfuerzo bloqueándolo así con la espada que portaba en mis manos cruzándola en lo alto de mi cabeza y mirando el rostro que acababa de asestar aquel golpe.
-¡Paolo!-Grite, y con un movimiento en espiral conseguí hacerle ceder la empuñadura de su mano tirando el mandoble al suelo.
Este con el rostro aun enfundado en ira miro tras de mí.
-¡Pretendía escapar!-Grito señalando con el dedo a mis espaldas.
Alarmada ahora si, mire hacia aquella dirección con el filo amenazando. Una silueta alta y robusta yacía recostada en la pared de piedra, jadeante por el esfuerzo también.
-Mostraos-carente de una antorcha entrecerré los ojos.
El cuerpo se movió torpemente, arrastrándose por la pared para dejarse ver, mientras tiraba a mis pies el acero. No era para nada un preso, era el hombre al que tenía a salvo en casa y que Paolo casi mataba.
-¡Mala sangre! Paolo, ¡no es ningún preso!-Golpee el pecho de Paolo empujándolo varios centímetros hacia atrás- Llama a dos hombres más, ¡Y guarda las armas!
Paolo se agacho para recoger su espada y luego la que había a mis pies.
-No, es mía-La voz débil del hombre provoco que le mirase. Le di el arma que llevaba yo en mis manos y recogí la del suelo notando lo pesada que era, no tardaron en aparecer dos hombres que le ayudaron a salir de los pasillos, pues al estar oscuros bien podía ser que se había perdido en ellos.
-¿Se puede saber por qué no habéis llamado a alguien que os ayudara?-Deje apoyada el arma en el reposabrazos de la butaca en la cual ahora él se encontraba sentado.- Casi provocáis que os maten-Me cruce de brazos frente a el hombre y le observe detalladamente.
-No soy un anciano- se sentó correctamente y se quejo por las heridas.- Casi lo hacen de nuevo, cierto.- dijo entre dientes.
-Tendríais que descansar- Me acerque con la intención de ayudarle, pero coloco su única mano libre entre ambos- Os habéis abierto nuevamente la herida con esa estúpida batalla.
-Pero por suerte habéis terminado con ella tan rápido como empezó-Bajó la mano y la dejo caer sobre una de sus piernas y suspiro inquieto.
Madame.B
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